Hombre de negocios sentado junto a un robot en una sala de espera
Un hombre de negocios y un robot en una sala de espera, representando el impacto de la inteligencia artificial en el trabajo.

Hace pocos años, la discusión sobre el impacto de la IA en el mercado laboral apuntaba a los trabajos manuales o repetitivos de habilidades medias y bajas, en vías de extinción debido al impulso de las tecnologías digitales. Sin embargo, hoy en día, el consenso ha cambiado radicalmente, y la inteligencia artificial (IA) generativa está reemplazando tanto los trabajos rutinarios como los más sofisticados.

En un mundo postpandemia de trabajo remoto, sorprendido por la aparición de los Grandes Modelos de Lenguajes (LLM, por sus siglas en inglés) como ChatGPT, la inteligencia artificial ha comenzado a sustituir tareas que antes se consideraban seguras. Los tecnólogos ubican en el mediano plazo (unos veinte años) la aparición de la inteligencia artificial general, que hará todo lo que hace el ser humano, pero mejor. Esto plantea un desafío significativo para el futuro del trabajo humano.

La inteligencia artificial y el futuro del trabajo

Un libro reciente organiza este debate en torno a cuatro ideas centrales. La primera es que habrá menos trabajos. Si bien la tecnología hará el trabajo más productivo, también reemplazará en gran medida el trabajo tal como lo conocemos. La segunda idea es que el futuro no solo no está decidido, sino que está en nuestras manos. La gestión de esta transición y la solución al problema de la distribución del ingreso determinarán si viviremos en una utopía de ocio creativo o en una distopía de estancamiento económico y social.

La tercera tesis del libro es que el trabajo no se pierde, sino que se transforma en trabajo no remunerado, libre de la ética protestante del vivir para trabajar y de la mercantilización de las actividades humanas. Finalmente, la cuarta proposición del libro levanta un punto crucial: la diferencia entre las posibilidades tecnológicas y su grado de adopción. Los límites a la automatización probablemente no sean solo tecnológicos, sino también impulsados por las preferencias de los consumidores.

La trampa de Turing

El trabajador que fue músculo, luego rutina, más tarde cerebro, ahora debe ser corazón y alma. Su ventaja, al menos por un tiempo, será su emocionalidad, su empatía y su creatividad. Habilidades como la flexibilidad para adaptarse a cambios constantes, la inteligencia social y emocional, y la gestión de equipos y proyectos serán esenciales para aquellos que deban operar y supervisar un proceso de trabajo cada vez más automatizado.

Parte del debate sobre la frontera humana está guiado por una premisa engañosa: la idea de que los humanos son ineficientes. En cambio, el objetivo de la máquina es ser cada vez más autónoma e inteligente, más eficiente en el sentido productivo, para reducir los costos laborales al reemplazar a los trabajadores con algoritmos entrenados en cantidades masivas de datos conductuales.

Barreras no tecnológicas

Hay un aspecto adicional relacionado con el factor humano que suele pasarse por alto. El futuro de la automatización no solo será moldeado por las capacidades tecnológicas, sino también por las preferencias de los consumidores. Hay una distancia importante entre la sustitución potencial, impulsada por la oferta tecnológica, y la sustitución real, influenciada por la demanda de los usuarios. Por eso, la frontera de la sustitución probablemente no sea exclusivamente tecnológica.

Por ejemplo, una brújula moral puede ser una característica deseable en la mayoría de los servicios. ¿Cómo debería reaccionar un auto autónomo si para evitar matar a cinco personas debe girar y matar a una persona que camina por la vía contraria? La pregunta, una versión tecnológica del célebre problema del tranvía, figura recurrentemente en los experimentos de La Máquina Moral, una página ideada por expertos en psicología experimental y computación para recolectar la perspectiva humana sobre decisiones morales tomadas por la IA.

El factor humano y la demanda de autenticidad

A lo anterior, debemos sumarle un conjunto de barreras no tecnológicas de una naturaleza distinta, más intrínsecamente humana. Pensemos en el «aura» que rodea a los creadores y artesanos. La IA ya puede componer música indistinguible de las composiciones humanas, pero es improbable que el consumidor cultural abrace esta música artificial o que asista a conciertos sin intérpretes humanos.

En conclusión, creemos que los consumidores, impulsados por el deseo de autenticidad y el toque único y espontáneo que solo la creatividad y habilidad humana pueden proporcionar, demandarán activamente productos y servicios creados por humanos, incluso más cuanto mayor sea el avance de la ola automatizadora. Lo «hecho por humanos» será un sello de valor similar a las certificaciones existentes de productos orgánicos o de comercio justo. Y, si bien la automatización seguirá avanzando, siempre habrá una frontera donde los bienes y servicios producidos por trabajadores de carne y hueso serán apreciados.